El Universal, 27 de septiembre de 2019. (Link)
El 19 de septiembre, la comunidad universitaria se estremeció con el suicidio del estudiante Jhonnier Coronado Vanegas, de 19 años, nacido en Tame (Arauca). La prensa informó que Jhonnier padecía una aguda depresión; algunos medios señalaron que sufrió matoneo. Si así se demostrase, este lamentable evento debería generar una profunda reflexión en el sistema educativo.
Es cierto que la educación puede ser el arma más efectiva para romper el círculo de pobreza en la sociedad, pero el suicidio de este joven pilo nos envía un mensaje de urgencia: las presiones que enfrentan los estudiantes y su salud mental no son un problema menor, y deben ser atendidas con igual interés que el trabajo por lograr mayor cobertura, aumentar la calidad y reducir la deserción en las universidades.
Es una verdad de a puño que la educación superior en Colombia sigue siendo un privilegio. Según el Ministerio de Educación Nacional, en 2017 de cada 100 estudiantes graduados del colegio, solamente 52 lograron iniciar una carrera. Aunque esto representa un “avance notorio” frente a 10 años atrás, el reto no solo es superar los problemas de ingreso a la carrera: de hecho, solo la mitad de quienes logran matricularse se gradúan, esto es, de los 100 estudiantes que egresados de la secundaria cerca de 25 logran su objetivo de convertirse en profesionales.
Existe consenso que los principales retos del sistema de educación superior nacional son mejorar el acceso y la calidad, y aumentar la permanencia. En años recientes, los progresos han sido más claros en los dos primeros que en permanencia, donde aún existe una amplia brecha por cerrar. Colombia es el segundo país de América Latina con mayor deserción.
Sin embargo, no podemos dejar que, en el afán por incluir a más jóvenes en nuestro sistema educativo, contratar más profesores con título doctoral o publicar más investigaciones, se nos pasen por alto las condiciones de ingreso de nuestros estudiantes. Estas son, en esencia, muy diferentes, y es esta diversidad la que debemos considerar en las políticas de acompañamiento para que puedan ser egresados exitosos.
Ha llegado la hora de prestarles más atención a los programas que promueven la salud mental, a evitar el matoneo y alentar a los estudiantes a pedir ayuda. Es deber de las universidades proveer apoyo oportuno a quienes lo soliciten, respetar la dignidad y la confidencialidad.
Este episodio evoca el famoso poema del poeta escocés John Donne: “Ningún hombre es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.
Las opiniones aquí expresadas no comprometen a la UTB ni a sus directivos.
*Vicerrector Académico UTB.
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