El Universal, 6 de Enero de 2017 (Disponible aquí)
Los tiempos están cambiando. Respetados economistas como Emmanuel Sáez, Robert Reich, Paul Krugman y en particular Thomas Piketty afirman que vamos rápidamente hacia un futuro dominado por elites que extienden sus dominios a través de sus descendencias. Estas elites tienen además gran capacidad de multiplicar la riqueza en corto tiempo.
Históricamente, la tasa de ganancia de los grandes capitales ha sido de casi 5%, pero el crecimiento económico mundial promedio apenas ha llegado a 3%. Esta diferencia implica que los dueños del capital cada año acumulan una creciente porción de la riqueza del planeta.
La tendencia a concentrar más el capital tiene consecuencias preocupantes para la democracia. Al igual que en otros países, Colombia es un caso notorio de la ampliación de esta brecha y a la vez de la vulnerabilidad del Estado y su indiscutible captura por quienes detentan el poder económico.
Unos “cuantos” mantienen más riqueza de la que pueden gastar en varias vidas y usan los recursos para “comprar” el sistema político que sirve a sus intereses.
En Colombia los grandes capitales de las familias Sarmiento, Gilinski, Ardila, Santo Domingo y Eder, entre otras pocas, son una muestra de esta tendencia señalada por Piketty, y evidencian sin equívocos su gran influencia en el diseño institucional y en las reglas de juego que rigen la vida económica nacional.
El mejor ejemplo es la recién aprobada reforma tributaria. ¿Recuerdan cómo el impuesto al azúcar –destinado a enfrentar graves problemas de salud pública- fue penosamente eliminado de la propuesta gubernamental? Lo propio ha pasado con la cerveza, las telecomunicaciones, los medios de comunicación y el sector financiero, donde la regulación pareciera estar más cerca de los intereses del negocio que de la gente.
Según el gobierno, con esta reforma se evitará una crisis presupuestal inminente. Sin embargo, lo aprobado en el Congreso no resuelve estructuralmente el déficit público y mucho menos generará contrapesos a la excesiva concentración de la riqueza.
Colombia necesita un nuevo contrato social que mejore la redistribución de la riqueza. Esto se logrará cuando el sistema impositivo se sustente en los aportes de las personas con mayores ingresos, en particular en los impuestos al patrimonio, al capital y a las herencias.
Ya es hora de que el IVA, los impuestos al consumo y las rentas generadas por los recursos naturales no renovables sean los pilares de los ingresos públicos.
Los tiempos están cambiando, es cierto; pero es lamentable que por ahora se dirijan a beneficiar a la inmensa minoría.
*Decano Facultad de Economía y Negocios-UTB
COLUMNA EMPRESARIAL
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