Colombia atraviesa por un momento histórico trascendental. A partir de la posible firma del acuerdo con las FARC y del inicio de negociaciones con el ELN, muchos colombianos esperamos estar viviendo el preludio de una Colombia en paz y próspera.
Pero la paz parece cada día más esquiva. El caldeado y a veces maloliente ambiente político, el fenómeno de El Niño y su fantasma del racionamiento, así como las adversas condiciones económicas externas, alimentan el pesimismo y la desazón.
En el contexto externo, la desaceleración del crecimiento económico mundial afectó los precios de metales y minerales, en especial del petróleo, dos de los principales productos de exportación colombianos. Estos dos bienes transables en el mercado mundial aportan el 67% del valor de las exportaciones nacionales.
Cambios como este en el frente internacional tienen hoy en aprietos al gobierno central, que enfrenta la seria posibilidad de un déficit fiscal de casi 4 puntos porcentuales del PIB, que amenaza la estabilidad de la economía colombiana.
Este escenario adverso afecta la posibilidad de fortalecer la inversión pública nacional, por lo que el desafío de preparar las condiciones de la paz territorial recae en gran medida en las regiones y en los gobiernos locales.
El primer paso para que Cartagena aporte a la paz es que el recién elegido alcalde y su equipo tengan un plan de desarrollo acorde con estos retos. Sin embargo, el documento base presentado hace poco, pieza infaltable si queremos avanzar en construir la paz, aún no tiene indicadores que permitan identificar metas claras.
No se trata de voluntarismo político ni de actos de fe, sino de oportunidades reales. Por ejemplo, del millón de habitantes o más que tiene la ciudad, sólo 224 mil tienen un empleo formal, y la mayoría (70%) gana menos de dos salarios mínimos. Casi la misma cantidad de personas, 190 mil, debe rebuscarse su sustento diario en la informalidad.
Para efectos del plan, debe quedar claramente planteada cuál es la meta en generación de empleos. De lo contrario no se sabrá qué opciones tendremos para ofrecer a los cartageneros y a los posibles desmovilizados.
Sopesando el reto que enfrentamos en contextos, por demás, poco favorables, no basta con tener fe en que la ciudad será en los próximos cuatro años un mejor lugar para vivir. Las oraciones por Cartagena no serán suficientes para lograr los cambios que la gente requiere. Se necesita un plan de desarrollo con metas y compromisos claros, que nos lleven a tener una ciudad para la gente.