El Universal, publicado el 8 de Marzo de 2013
Es común criticar los indicadores económicos y
sociales, y sindicarlos de incompletos y arbitrarios. Pues sí, puede que en
ocasiones lo sean. Pero aún así
suministran información valiosa que ha ayudado a identificar y solucionar muchos
problemas.
Hace 200 años, por ejemplo, la expectativa de vida al
nacer en el mundo no superaba los 40 años, ni siquiera en Holanda e Inglaterra,
los países más ricos de la época. Desde
entonces, a pesar de enfermedades, hambrunas y guerras, la humanidad ha elevado
su expectativa de vida a razón de tres
meses anuales: hoy en la mayoría de países el promedio de vida es alrededor de 80 años. Ningún país del mundo tiene una esperanza de
vida inferior a la de hace 200 años. Incluso en la República Democrática del
Congo, el país más pobre del planeta, la gente vive más de 45 años.
Varios factores explican este extraordinario logro: la
revolución industrial y el consecuente crecimiento económico generalizado, la
mejor nutrición, y los avances en salud pública y en medicina preventiva y
curativa.
Para medir el desarrollo humano se han construido indicadores
que son como el tablero de un automóvil.
En su conjunto, ayudan a evaluar el desempeño de la máquina. La expectativa de
vida es uno de esos indicadores.
Otro indicador de común uso para evaluar el bienestar
de la gente es el Producto Interno Bruto (PIB) por habitante, que proporciona
información sobre la producción y el desempeño de la economía. Pero es un indicador que, aisladamente,
muestra una imagen distorsionada de la realidad: El PIB per cápita no informa
sobre la manera cómo se distribuye la riqueza, cómo se distribuye el pastel.
La información fragmentada de los indicadores
económicos y sociales debe ser perfeccionada. Se necesita una batería completa
de indicadores para orientar correctamente las políticas públicas. Un ejemplo es la estrategia de Objetivos de
Desarrollo del Milenio (ODM), de Naciones Unidas. Esta iniciativa pretende mejorar
la situación de los países en materia de niveles de pobreza, educación,
igualdad de géneros, mortalidad infantil, salud materna, VIH-SIDA y
sostenibilidad ambiental. Cada tema contiene indicadores medibles y unas metas que
deben alcanzarse para el año 2015.
El conjunto de indicadores que componen los ODM permite
hacerse una mejor idea de la realidad, y conjuntamente contribuyen a
diagnosticar e intervenir los procesos de desarrollo humano.
Así como el tacómetro no mueve los automóviles, los
indicadores no permiten, en sí, alcanzar
un mayor nivel de desarrollo. Mejores indicadores ayudan a mejorar la
formulación de políticas públicas y a garantizar alguna efectividad. Pero, al final de cuentas, es nuestra capacidad de trabajo y de
producción lo que hace que el mundo alcance niveles más altos de desarrollo.
En los
últimos dos siglos se ha duplicado nuestra expectativa de vida. Quizás ese logro no refleja la compleja realidad de
hoy, que debe medirse con las distintas partes del tablero del automóvil. Pero al menos es una faceta fundamental de lo
mucho que se ha elevado el bienestar de la humanidad. Para eso sirven los indicadores, aunque sean
aproximados.