En Colombia la pobreza se ha reducido de forma considerable en años recientes. Sin embargo, las brechas entre las regiones persisten e incluso aumentan y la inequidad se mantiene y es preocupante.
Para hablar de inequidad es necesario aclarar que ingreso y riqueza son conceptos diferentes: los ingresos equivalen a una llave abierta que llena una tina, mientras que la riqueza representa el nivel del agua en la tina. La concentración puede medirse entonces respecto a ambas variables. Hay concentración de ingresos cuando personas con salarios muy altos reciben entradas a chorros, mientras que el resto de mortales recibe un flujo que apenas le permite cubrir sus gastos. Así mismo, la concentración de riqueza ocurre cuando algunas personas tienen activos de mucho valor y su tina está rebosada.
La publicación el año pasado del libro “Capital en el siglo XXI”, de Thomas Piketty, le dio un nuevo impulso internacional a la discusión sobre la equidad. El economista francés plantea que la concentración del ingreso y la riqueza aumenta, pues es intrínsica al sistema capitalista, haciendo insostenible el sistema económico moderno. Para evitar su colapso, debe haber una importante intervención del Estado orientada a redistribuir los recursos por medio de impuestos.
Las investigaciones sobre el tema en Colombia muestran que las grandes desigualdades que caracterizan al país se explican más por la concentración de la riqueza que del ingreso.
Sin embargo, el DANE calcula el llamado coeficiente de Gini, una medida de desigualdad, solo para los ingresos, no para la riqueza.
Un reto importante para medir la concentración de la riqueza es el subregistro, por las múltiples formas que existen de “disfrazar” o “esconder” la riqueza. Así lo demuestra, por ejemplo, el reciente escándalo del Banco HSBC. Según la revista Forbes, el banco “…ayudó a ocultar más de 100.000 millones de dólares sin declarar de más de 100.000 clientes en su filial en Suiza”. Se trató de clientes de todas las nacionalidades, incluyendo a 286 colombianos.
Si la inequidad por ingresos en el país es alta, es de esperarse que la generada por la concentración de riqueza sea aún mayor. Por lo tanto, la intervención del Estado para corregir las divergencias mediante impuestos es no solo necesaria y justificable, sino urgente.
El problema es que las reformas tributarias propuestas (o las aprobadas) son tímidas y no enfrentan el problema, y las que lo hacen se hunden en el fango de la politiquería.
Y quienes las hunden pretenden lavarse las manos en sus tinas rebosadas.
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