En la etiqueta interna de la guitarra se lee un viejo rótulo de papel que dice “Musical Emporium, J. Llobet y Cía., S.C. Rambla de Canaletas, 129 – Telf. 222 42 86 Barcelona – 2”.
Una simple búsqueda en Internet me llevó a encontrar la tienda de la que salió la guitarra de mi padre.
“José Llobet Gardella, un catalán que un día emigró a Argentina en busca de fortuna, y de la cual volvió casado con una italiana y con dos hijas, quien tuvo la idea de fundar una editorial destinada a la edición de partituras, en especial religiosas, y también música popular catalana. Fue así como Musical Emporium abrió sus puertas en 1900, en un pequeño local casi a tocar de una plaza de Catalunya que aún no había empezado a urbanizarse. Hacía apenas una década que se había instalado la actual Font de Canaletes, y la ciudad recién comenzaba a ramificarse hacia el naciente Eixample.” El Mundo.
En ese local, en algún momento entre 1900 y 1970 debió ensamblarse la guitarra de la cual hoy quiero hablarles. Mis padres, pereiranos de nacimiento, se conocieron en Manizales en enero de 1970, durante las ferias. Mi mamá me contó que mi papá compró la guitarra en 1973 al padre José María Ruíz Piedrahíta, que era el párroco de la iglesia Nuestra Señora de Fátima en Pereira. El padre Ruíz había traído la guitarra de España años antes y le dijo a mi mamá que le vendía la guitarra. Cuando mi mamá le contó a su entonces novio sobre la oportunidad, este no lo dudó un segundo y la compró por aproximadamente tres mil pesos.
Cuando la violencia y el narcotráfico nos sacaron de Pereira en 1989 yo tenía 14 años y la guitarra probablemente unos 20, nos fuimos a Cartagena, ciudad que nos recibió como propios. Instalados en Cartagena, de lo poco que recuerdo de nuestra vida anterior era la guitarra, creo que fue lo único que trajimos con nosotros. Desde 1973, esa guitarra acompañó a mi padre por más de cuatro décadas, 42 años, hasta su muerte en el 2015.
Al morir a causa de cáncer el 21 de abril de 2015, parecía que la guitarra hubiera hecho eco de su rápido deterioro. Estaba en un estado lamentable. Sin saber qué hacer, la guardé por unos años con el mismo cariño con que se guarda el par de zapatos viejos. Los únicos sonidos que emitía eran ecos de recuerdos de nuestras sesiones, cuando tocábamos juntos las mismas canciones que tocaban nuestros abuelos. Los bambucos de Luis Carlos Gonzalez, los tangos de Carlos Gardel y las rancheras de Jose Alfredo Jiménez.
Un día, me atreví pedirle a un gran amigo, Eduardo Bosa, que me ayudara con la restauración de la guitarra. Si había alguien al que le confiaría la guitarra de Tato era a Eduardo. Dejó una prominente carrera como ingeniero para dedicarse a la lutieria, oficio que es su pasión y en el cual ya llevaba para entonces unos años. Eduardo ha estado construyendo guitarras en su taller en Cartagena, Colombia, desde 2014, combinando métodos tradicionales y modernos para ofrecer instrumentos hermosos y de alta calidad (Ver web aquí).
Eduardo conoció bien a mi padre, por eso asumió este proyecto como propio, con el mismo cariño, cuidado y dedicación con el que lo hubiera hecho si la guitarra hubiera sido suya, asumiendo un costo enorme. El costo que para Eduardo implicaba dedicar tiempo a la guitarra era equivalente a dejar de trabajar en sus proyectos comerciales, y siendo un lutier que trabaja solo, cualquier minuto cuenta. A Eduardo le estaré eternamente agradecido.
Cuando Eduardo me entregó la guitarra no pude contener las lagrimas. Todos los años de escuchar sus ecos en la casa, todas las canciones, todas las reuniones familiares, todos los momentos compartidos me cayeron encima con el peso de la ausencia. Sentí al mismo tiempo la compañía de mi padre y la orfandad. Pero sin duda, la dicha de tener la guitarra en mis manos opacó cualquier viso de melancolía.
Otro momento muy feliz, aunque lleno de nostalgia, fue cuando entregamos la guitarra restaurada a mi mamá, el día e que celebramos sus 80 años. Reunidos en familia cantamos nuevamente su repertorio, Mi Casta, La Ruana, Muchachita pereirana, Volver, La Media Vuelta, entre muchas otras. Celebramos la vida de Tato y su legado, lloramos y reímos.
La tienda Musical Emporium cerró sus puertas en 2014, después de 114 años de historia el sueño de José Llobet Gardella llegaba a su fin, sólo un año antes de la partida de mi padre. Pero la música trasciende las despedidas. A nosotros nos queda la guitarra, que a estas alturas tiene más de medio siglo de existencia, y que espero siga resonando por muchas décadas más. No solo como testigo del paso del tiempo, sino como un puente entre generaciones, recordándonos que mientras haya alguien que toque sus cuerdas, la memoria de quienes amamos seguirá viva.